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Pertenezco
orgullosamente al Grupo Especial de Operaciones más conocido como la G.E.O. en
España, no existe fuerza pública más disciplinada y excelsa en el territorio o
el mundo en toda su dimensión. Esa mañana un maniaco tomó ocho rehenes en un
banco, el idiota pensó que podría entrar, tomar el dinero y saldría caminando a
su nueva mansión en la Islas Caimán con una esposa ex Playboy; en cambio estaba
rodeado por la policía aunque ellos no sabían, no saben, ni sabrán cómo manejar
la situación y por eso entramos en el
juego las fuerzas especiales. Decirlo queda muy bien.
Por la estrecha ventilación nos
escabullimos dos de los más atléticos oficiales de la fuerza y tomamos posición
para disparar al secuestrador que vestía la clásica careta de presidente yankee
de nariz colorada (creo que era Nixon), lo único visible eran sos ojos y
captamos su temor <será simple porque, obviamente, es un novato> pude ver
sin exprimirme el cerebro, que no había siquiera prendido el televisor para ver
las noticias o intentar escuchar la radio para analizar el mundo que lo rodeaba
con tanta hostilidad; pidió, sin pensar, un auto para huir. Este tipo solo
sabía de secuestros lo que yo de cocina y lo aprendimos en la caja boba sin
dudas. Posé la mira laser de mi rifle de precisión Heckler & Koch PSG1en la larga
frente de la careta y con el dedo en el gatillo aguardé la señal del superior
por el del transmisor. Llamaron nuevamente al teléfono del banco, escuché la
conversación por alta voz, estaba más cerca de lo que imaginaba y la tensión
aumentaba. Uno de los rehenes clavó su mirada en mí a través de la pequeña
rejilla de la ventilación, le giñé un ojo para calmarlo y volví a fijar el cien
por ciento de mi atención en el criminal. Supuse que lo intimarían a deponer la
actitud, entregarse pacíficamente e ir a la cárcel como un cobarde para que los
presos lo toquetearan por ser tan estúpido de no poder matar a nadie.
-Me tomas el pelo
gilipollas, los mataré a todos si no me traes lo que digo.- el secuestrador apuntó con una pistola que
sostenía, una nueve milímetros, a una señora entre la multitud que lloraba en
un tono muy chillón como un cerdo al que le arrancan la piel, tanto que pensé
desviar la mira de mi rifle a un nuevo objetivo. Igual en el fondo no la culpaba
debe ser aterrador para una persona no preparada la cruel situación, en un
momento piensas que comerás por la noche y luego piensas si volverás a comer,
si existirá otra noche. El secuestrador continuó su amenaza- No hablo en vano y
os lo demostraré- dijo con furia y terror mientras le temblaba la mano con la
que sostenía el arma que apuntaba a la mujer que lloraba.
El estruendo del
arma ensordeció a los rehenes que aturdidos y anonadados gritaban sin
contemplar la real situación, fue muy rápido, tanto que me asombró a mí mismo.
Automáticamente en el diminuto como una mosca intercomunicador que llevaba en
la oreja sonó la orden de atacar. <<Fuego a discreción>> dijo la
preocupada voz de un hombre de quien debía esperar instrucciones.
-Tarde-
fanfarroneé-, ya no tiene cabeza que le pueda volar. Realmente si tengo que
esperar que se decidan.- suspiré teatralmente- la pobre mujer estaría muerta.-
finalicé alegremente vanagloriándome por el resultado. Descendimos hacia los
asustados rehenes, sabía que mi superior se fastidiaría por actuar sin orden y
lo hizo, como siempre, pero dentro de su cabeza supo que le salvé el pellejo
una vez más como en cada misión y por eso siempre me elije para ir al frente a
recibir las balas, porque en el fondo no le importa la vocación, le importa
volver a su casa a comer con su hermosa esposa y contar fantásticas historias
de héroes a sus hijos.
Salimos triunfales
por la puerta del frente del enorme Banco de la Nación. Aburrido y fácil son
los conceptos que cruzaron mi cabeza mientras la horda de periodistas se
acercaban como si hubiéramos hecho algo de merecer. No era ni siquiera un criminal
profesional, si es que esa profesión existe, igual que más daba ahora no era
nada solo polvo y tiempo y agonía. Aparte prefiero atrapar narcos que tienen
ejércitos y a veces mercenarios muy entrenados de naciones que no sabía que
existían con armas exóticas y toda la bola.
Los aplausos de
las chusmas de siempre inundaron el lugar aturdiendo a los conmocionados rehenes,
no desprecio sus aplausos pero la verdad es que lo hago por la paga y no por
amor al arte por lo que me ruborizo cuando me felicitan, me hace sentir
inhumano. En el desafortunado grupo que retiraba dinero esa mañana había una
bella mujer de no menos de treinta años, muy bien armada con un traje de
oficinista para matar. Aproveché su agradecimiento y le pedí el número del
móvil por si necesitaba apoyo emocional, ya de estas cosas no se sale sin
marcas psicológicas y aunque podría derivarla a un profesional tengo fé en mi
carisma de curandero aficionado. Esquivamos a los molestos medios de prensa que
en estos casos solo dificultan nuestro trabajo con portadas de televisión en
vivo como “La G.E.O. intentará entrar por la ventilación”. < ¡Los detesto, ¿Es
qué no les importa otra cosa que su sucio rating?!>
-Chico.- me llamó
una desconocida voz con una tonada familiar.
-No doy
entrevistas, los rehenes son las estrellas, ellos les hablaran de dolor y
sabrán enseñarles lo que es pensar en la muerte.- dije distante y esquivo.
Mostraron sus brillantes placas plateadas de la fuerza de seguridad, eso sí
llamó mi atención por lo que frené mi marcha.
-Soy el agente
Mario Lombardi del Servicio de Inteligencia, él es mi amigo Emiliano Pérez
Cosmai de la G.E.O.F.- Mario extendió su mano para estrecharla, la G.E.O.F. es
la fuerza de seguridad argentina por excelencia, una burda copia de la G.E.O.
en España, como la nación es lo que la madre patria nos regaló años atrás, pero
venerables y respetados de todas formas.
-¿Argentinos?
Están lejos de casa.-
-También usted.-
dejó conocer su voz el señor Pérez Cosmai, era espesa e inquietante, tenía los
dientes amarillos de quien fuma mucho y compulsivamente o toma café o tiene
malas costumbres de higiene.
-Lea mi documento,
soy español también.- metí la mano en el bolsillo gesticulando porque realmente
sabía que no lo cargaba conmigo, no en misiones de riesgo o que pudieran
suponerlo a primera vista.
-Conocemos
argentinos que en un mes tienen tonada española, vos hablás más argento que
yo.- espetó Lombardi pensando que me resultaría gracioso o halagador. Los
agentes llevaban sofisticados trajes como los hombres de negro pero sin
anteojos, zapatos lustrados que dejaban en claro que no eran de los que corrían
maleantes al menos esa tarde.
-¿Agente me dijo?-
asintió con la cabeza.- ¿Podemos ser directos?, estoy cagado de hambre, sucio y
quedé con una hermosa rehén para cenar y quién sabe qué otra cosa si es que se
me dá.- el rostro de Pérez Cosmai se tensó y abrió los ojos colérico, Mario
Lombardi tomó la palabra con más tranquilidad.
-Queremos que
cumplas una importante misión en Argentina.- tiró sin especificar más, ni un
detalle, ni una pista. Fue bastante pobre el argumento.
-¡JA!, dame una
razón para volver.-
-La patria te
llama, te necesita.- intentó sonar peliculesco para llamar mi atención, eso
solo conseguía impacientarme.
-Que la mujer que
acabo de salvar piense que soy un héroe, vaya y pase, pero cualquier boludo con
pistola hace lo que yo hago y mejor incluso.- Contesté lo más cortante que
pude, empezaban a fastidiarme y solo pensaba en volver a casa. ¿Quién querría
volver a Argentina?, me fui porque era una porquería y hasta donde sé en diez
años ni presidente cambiaron.
-El actual sistema
está muy corrompido.- hice un ademán con los ojos de <no me cuentes, me has
tomado por sorpresa>- y necesitamos alguien de afuera del sistema.-
-No gracias. Me
gusta la plata y las mujeres, es más si se proponen me pueden sobornar con un
plato de comida suculenta.- mis pies estaban en posición de tomar rumbo al
grupo comando que me esperaba para el papeleo, para que le explique a una
psicóloga por qué disparé, así podrían tranquilizar a los de Derechos Humanos.
-¿Usted es
arrogante siempre o solo no se anima a rechazar la propuesta? Paso informarle que igualmente será trasladado
quiera o no, se le asignará una casa y podrá volver cuando se determinen que ha
terminado con su parte de la misión.- la furia hirvió mi sangre casi
instantáneamente.
-¡No pueden
hacerme eso!- contenté rabioso y violento convirtiendo mis manos en puños
temblorosos.
-Nosotros no lo
hemos hecho.- volvieron en redondo y se marcharon con aires de superioridad
como quien gana una partida, como quien dirige una vida.
Esa misma tarde me
llamaron a la central de operaciones, sería trasladado a Mar del Plata en
Argentina, la ciudad que me vió nacer, la que conozco como la palma de mi mano,
el sitio que no olvido, el lugar del que un día decidí huir.
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